La belleza de estética-estática que ha conseguido el revival de géneros como el shoegaze pero aplicados a una maraña tóxica de malas grabaciones, ejecuciones limitadas, voces recién levantadas de la siesta y un homenaje tan etéreo como eterno a las melodías simplistas, a los “uhs” pegadizos y a la brevedad como máxima elemental hacen de grupos como Tomorrows Tulips unos chicos que quizá no sean demasiado listos pero que, al menos en materia lo-fi, elevan redenciones y generan rendiciones del personal para con ellos. Contra la patria shoegaze y el patrón de la variedad, el dúo formado por Alex Knost y Christina Kee aplica desgaste y tiranía de los sonidos magullados: canciones que, por lo general, rondan los dos minutos, que simulan grabaciones en baños o sótanos mal microfoneados y piezas redondeadas en torno a una monotonía rítmica narcótica que no elude el carácter homogéneo de la banda. Simple, llano y pesado. Lo que se lleva ahora.

Precisamente esa pesadumbre, ese cansancio previo, esas ínfulas ácidas, esa templanza de rocker onírico que se gasta el dúo americano en Eternally Teenage, su álbum de debut, los lleva a postrarse (y postrarnos) en el sofá con un par de birras, la televisión con el volumen quitado viendo vídeos de los años ’90 en algún revival producido por VH1 y la certeza de que a partir de patrones muy básicos uno puede convertirse en músico rebelde, ególatra del reviente y de la pose nostálgica. Por allí se arrancan canciones que pasean entre el garage, el shoegaze, las fricciones medulares que saben a intermezzo gótico (Space Box o Unconditional Silence) y el lo-fi de las escenas tanto de Brooklyn como de San Francisco: Optimistic Vibes (con corte brusco incluido), Eternally Teenage (pura siesta), Lull (con ese coro armónico anémico y esos shakers que marcan curiosamente el beat) o Casual Hopelessness (probablemente la canción más currada, aunque su melodía es un plagio de todas las canciones de pop americano mainstream de los ’90) son canciones que nos convierten en testigo de que el pop ha muerto, pero, desde el cajón, aún hay dos veinteañeros dispuestos a sacar las vocecitas desde la ultratumba, armonizar en dos minutos al personal y simular un chute de heroína desde el cuarto de estar de casa de tus tíos. A dormir la siesta.

Alan Queipo
02.11.11

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