Los primeros acordes que uno escucha de Mac DeMarco huelen a bluff por los cuatro costados. Pero no. Basta adentrarse un poco en la canción para descubrir que tras esos riffs de arqueología reciente y ese lo-fi, a veces incómodo, hay algo grande.

DeMarco tiene 23 añitos y su primer proyecto musical se llamaba Makeout Videotape, que tuvo un reconocimiento underground en Vancouver y le permitió girar, entre otros, con Japandroids. Más adelante, ya en 2012, publicó un primer EP que más bien era un LP, que levantó la curiosidad de los indies inquietos.

2 (Captured Tracks, 2012) es un disco personal, en el buen sentido de la palabra. Producción escasa en la que prácticamente emergen la guitarra y voz de Mac DeMarco como bastiones en los que defender una propuesta de rock vintage con melodía pop que derrocha clase y dignidad.

Salad Days, tercer álbum de Mac DeMarco, es música que su particularidad es el sonido de su ambiente, la viva expresión del estado de indiferencia en el que se encontraba DeMarco en sus ratos de ocio y desatención. Lo recordarás por el sonido de la guitarra, el balbuceo de las vocales y el aletargado espectro de las canciones.

La nota positiva es que su somnolencia no es por causa de aburrimiento, aún en su apatía da chispas de sorpresa y asombro. La guitarra y su sonido es el factor determinante en las composiciones de Mac, su distorsión es acuática, suave, traslúcida y centelleante, dando sensaciones de serenidad.

La introducción de Salad Days se hace memorable en el momento que se escucha cantar a un extenuado joven de 23 años acerca de su vejez y de rodar en la vida frívolamente hacia la muerte. Nos hace ver la juventud, etapa de la que se presume felicidad, asombro y vitalidad, contrastada con un desesperanzado sentir. Mac reluce una extraña empatía al ritmo que dice “Oh mama, acting like my life’s already over / Oh dear, act your age and try another year”.

“Brother” es una fina composición, cosa que queda clara desde los primeros segundos de su comienzo. Formada de acertados arreglos de guitarra que tejen una telaraña de divagación que atrapa incluso a las vocales y a sus brillantes melodías. El bajo es sensacional, dimensiona la canción, llena los bordes y aporta idea a lo que transmite la música.

La producción de Salad Days fue tratada con modestia, da el papel correspondiente a cada instrumento y a cada sonido, todo lo que sucede en la mezcla tiene protagonismo y valor adyacente. Es fundamental para la apreciación de las composiciones y un gran paso hacia el frente con referencia a su álbum pasado, hace la experiencia más intensa y vívida, muestra múltiples colores en escena.

Es decisiva la duración de las canciones, son tan cortas que obligan a escucharlas repetidamente para percibirlas, les ayuda a mantener su frescura y a pasar desapercibidas en un descuido.

El tercer disco del canadiense va en la dirección correcta en todos los sentidos, demuestra claridad en sus ideas, comprensión en su estilo y un dibujo adecuado de cómo hacerlas sonar a través de los instrumentos.

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