Del grupo de chilenos destacados en la escena electrónica alemana y que ha establecido en Europa su sede de trabajo (Ricardo Villalobos, Dandy Jack, Dinky, entre otros), Matías Aguayo es el más joven y el menos dado a la dinámica colectiva. Su trabajo ha avanzado más bien por una pista solitaria, que le ha permitido establecerse en diferentes ciudades y no abanderizarse hasta ahora con un estilo musical rígido. Actualmente, trabaja en partes iguales entre París y Buenos Aires, y su labor como DJ lo ocupa entre otra serie de oficios vinculados a la composición, producción y gestión discográfica (a través del sello Cómeme). Es, además, uno de los músicos chilenos con mejores críticas en la prensa especializada extranjera.

Los elogiosos comentarios para sus álbumes solistas (sobre todo, Ay ay ay, de 2009) le han permitido desarrollarse con creciente atención en el circuito electrónico más competitivo de Europa. Aguayo se ha presentado en varios países de ese continente, y en las versiones de los festivales Mutek de México, Brasil y Argentina. Hasta ahora, sus presentaciones en Chile han sido más bien distanciadas, aunque siempre merecedoras de atención.

La detención y posterior exilio de su padre, determinó que la infancia de Matías Aguayo ocurriese en circunstancias excepcionalmente tensas. Apenas once días después del Golpe de Estado, la familia acogía su nacimiento entre la incertidumbre por su futuro, que dos años más tarde los llevó a la ciudad alemana de Karlsruhe.

Allí pasó Matías su adolescencia —con un intermedio de residencia en Lima, Perú—, interesado en la música y el teatro casi en partes iguales. A comienzos de los años ‘90, su mudanza a la ciudad de Colonia lo ubicó en el foco de la nueva electrónica que durante esa década comenzó a desarrollarse de modo pionero en Alemania. Decidido a dedicarse de modo más sistemático a la música, Matías combinó sus estudios en la Academy of Media Arts con trabajos como DJ en clubes locales. Zimt fue su primera sociedad creativa, formada junto a Michael Mayer y con la cual alcanzó a publicar un 12 pulgadas en 1998 («U.O.A.A. Shake it!»).

Su conexión con Chile era entonces esporádica pero informada. Hacia el año 2002, Aguayo organizó en Zürich, Suiza, una fiesta bautizada «Palta Mayo», y a la que convocó también a emigrantes como Dandy Jack, Luciano, Puma (Guillermo Contreras) para reunir fondos para el Codepu (Corporación de Promoción y Defensa de los Derechos del Pueblo) de Valdivia.

Alrededor del año 2000, con el alemán Dirk Leyers formó el dúo Closer Musik, que a lo largo de poco más de tres años desarrolló un trabajo electrónico asociable al house y el soul, sintetizado en el álbum After love (2002), de estupenda recepción crítica (como «los Pet Shop Boys del sello Kompakt», los definió el sitio especializado All Music Guide).

Concluida esa colaboración, Aguayo decidió concretar un viaje largamente planeado a Argentina. En Buenos Aires terminó quedándose de modo intermitente por varios años, ocupándose en encargos de remezclas para gente como Leandro Fresco. Así, entre Europa y la capital argentina, fue dándole forma a lo que constituiría su primer álbum solista. Are you really lost (2005) ubicó de inmediato a Aguayo en el foco de la prensa especializada, de cuya acogida parece no pretender retirarse por un buen tiempo.

En ese primer álbum el chileno acaparó los créditos como multiinstrumentista y cantante, agitador de música viva y en extremo espontánea, por la cual el compositor se permitía incluso emitir gritos, gemidos y palabras sueltas a medida que avanzaban las bases. Vino a presentarlo a fines del 2005 a Santiago, como parte del grupo de músicos emigrantes que entonces se reunió de modo excepcional en el encuentro «Chilenos en el exterior: Comunidad de Músicos Jóvenes». En mayo del siguiente año, Aguayo regresó a Santiago para presentaciones en el Centro Cultural Alameda y la ex Fábrica. En ambas ocasiones se hizo acompañar por el productor Marcus Rossknecht (Roccness), su más fiel colaborador en estudio y en vivo, y con quien mantiene el proyecto Broke! Fueron ocasiones abiertas a la sorpresa, tal como Aguayo pretendía al debutar en el país:

«El encasillamiento está muy avanzado en Europa, entonces es una lata, porque la música electrónica no es un género», explicó entonces en una entrevista. «Mis referencias son que yo crecí con el disco funk, después el new-wave y el house unificó todo. Es solo eso. Siento más cosas en común con el soul o new-wave que con algo “minimal”, que quizá lo hicimos con las mismas máquinas pero no me siento parte de un grupo determinado». En el último tiempo, Aguayo se mantiene ocupado en las peculiares fiestas «bumbumbox», encuentros espontáneos de baile en las calles de grandes capitales, a modo de celebración masiva de su gusto incamuflable por la dance-music.

En el año 2009, el mundo electrónico se vio sorprendido por la calida de Ay ay ay, un disco que no dejó de estar en los recuentos de lo mejor del año de las más prestigiosas publicaciones internacionales. Trabajado junto al chileno Vicente Sanfuentes como productor, el disco es una empresa peculiarísima levantada casi completamente a capella, sin instrumentos. Palabras, susurros, gemidos y suspiros hacen avanzar el pulso de un disco que a veces suena a altiplano y otras a África; siempre según una electrónica inclasificable a cargo del hombre al que el sitio Pitchfork responsabiliza de «haber matado al minimal».

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