Nada predestinaba a Cristina Branco a emprender una carrera como cantante de fados. Después de que su abuelo huyera de la dictadura, se crió en el pueblo de Almeirim, en la zona rural en torno a Ribatejo, al norte de Lisboa, lejos de las tradicionales casas de fado del Bairro Alto de la capital portuguesa. Al igual que los jóvenes de su generación, nacida en la época de la “revolución de los claveles”, rechazó esta forma tradicional de canción a favor del jazz, el blues o la bossa nova.

El choque repentino, el encuentro decisivo llegó en su 18º cumpleaños, cuando su abuelo le regaló un disco de canciones hasta entonces inéditas de Amalia Rodrigues. Al momento descubrió la pasión y la emoción que se apodera de esta música y los estrechos lazos que anudan los poemas, las notas y el color de la voz. Lo mismo le sucedió a toda una nueva generación de músicos jóvenes, que en el curso de la última década han contribuido a la rehabilitación de esta música tanto social como políticamente, adaptándola y mezclándola con nuevas corrientes. Y así le sucedió gradualmente a esta joven estudiante de psicología, que había estado trabajando para abrirse camino profesionalmente en el periodismo, aunque cantaba como aficionada en sus ratos libres, que tomó clases avanzadas de técnica vocal y acabó decantándose por una nueva vocación.

Fue en un club de Holanda donde Cristina hizo su debut en escena. Logró un éxito inmediato con Live in Holland, publicado en aquel momento únicamente en Holanda, pero más tarde también en Francia. En 1999 su primer álbum, Murmurios, fue elogiado unánimemente por la prensa, recibiendo en Francia el «Choc de l'année du Monde de la Musique» en la categoría de World Music. En 2000 publicó su segundo disco, Post-Scriptum, que también ganó un «Choc du Monde de la Musique», y más tarde un tercero, O Descobridor (dedicado al poeta holandés de comienzos del siglo XX Jan Jacob Slauerhoff, que había conocido, amado y escrito sobre Portugal, un álbum que rápidamente se convirtió en disco de platino en Holanda). Estos discos fueron la confirmación de la deslumbrante promesa en que se había convertido enseguida la joven fadista, algo igualmente evidente en disco y en concierto. Porque su arte es también, fundamentalmente de hecho, escénico, con una presencia contenida y sensual que cala en el público. Su voz se apodera de la sala y basta verla al final de un recital recolocando el micrófono y desplazándose hacia el borde del escenario para cantar los últimos versos de una canción para entender qué es lo que la ata a su público durante todos sus conciertos.

El arte de Cristina Branco, finalmente, está indisolublemente ligado al de Custódio Castelo. Intérprete de la guitarra portuguesa, es también el compositor de la mayoría de los fados que ella ha elegido cantar. Su intuición melódica, la delicadeza de los lazos que teje entre texto y música, su entendimiento instintivo del color vocal de Cristina, han dado a luz a fados especialmente expresivos, a estados de ánimo diversos y apasionados, en los que la famosa “saudade”, esa melancolía fatalista heredada del pasado marítimo del país, puede alternar con episodios llenos de alegría o una sutil ligereza de toque, creando una atmósfera de una originalidad única.

Porque, si nada parecía predestinar a Cristina Branco al fado, debería reconocerse que ahora hay en este género un estilo Cristina Branco: muy a menudo consiste en un agrupamiento tradicional de una voz y tres guitarras (guitarra portuguesa, guitarra y guitarra bajo); una voz que es a un tiempo cálida, ligera y sensible; la fusión de fados tradicionales y obras originales; la cuidadosa selección de textos de poetas famosos (como, obviamente, Pessoa) o de poetas más jóvenes, algo que hace de Cristina una portavoz de la nueva cultura portuguesa. También le encanta interpretar a Léo Ferré o los standards brasileños de Chiquo Buarque y Cavalcanti. 2001 fue el año que le trajo su reconocimiento internacional: la publicación del álbum Corpo Iluminado se tradujo en que Cristina ofreció conciertos por toda Europa, en Brasil, así como en la realización de una gira de un mes de duración por Estados Unidos y Canadá.

Sensus, su quinto trabajo (2003), fue el álbum del "esplendor total". Este himno a la belleza y la sensualidad es también el trabajo más personal de Cristina Branco.
Con Ulisses (2005) siguió su camino y nos invitó a un viaje, ampliando su universo y renovando su enfoque del fado.
Su nuevo álbum y DVD Live (2006) son el reflejo del deseo de Cristina Branco de volver a sus inicios, mezclando algunas de sus canciones más recientes con fados más tradicionales evocados por el recuerdo de Amalia Rodrigues.

Cristina ya ha cantado en todos los escenarios importantes de la World Music: desde Lisboa al Festival de Edimburgo, pasando por París, Nueva York, Amsterdam, pero también regularmente en Bélgica, Alemania, España, Italia…

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