Sí, es una mujer haciendo folk, pero déjense de estrecheces auditivas. Soledad Vélez no hace
música dulce ni amable. Es como una versión vaginal de David Eugene Edwards a la chilena,
una PJ Harvey campestre que vuelve a sentir sus entrañas temblar, la amante que Nick Cave
siempre deseó para abandonar el mundo en su compañía. Sus letras no se alargan más allá
de unas cuantas líneas que se repiten como un exorcismo con el corazón en la mano. No hace
falta, lo que quiere decir no está tanto en sus palabras, sino en como las pronuncia.

Soledad Vélez no canta, aúlla. Porque a quien no le sale la vena cánida cuando la oye en “Hug
Me” gritar “Just hug me baby, can be, I’m falling in this highway”, es porque se ha convertido
en víctima con la sangre helada. Porque los espíritus de Nina Simone y Diamanda Galás se dan
la mano para elevar la emoción que brota de su garganta bajo los guitarrazos pantanosos de
su fiel escudero Jesús de Santos (antiguamente en Polar, y actualmente también en Sancristóbal)
en “Unhappy With Crown”.

Y cuidado, porque cuando parece que está tranquila, que las aguas se apaciguan, como en
“Birds”, en el fondo está rezando por un último suspiro reposado, en un siniestro pero sobrio
akelarre. Deja el espacio justo de luz en “Don’t worry, babe” y su maravilloso estribillo y sus
coros brillantes como un rayo de sol que se cuela en una vieja cabaña de madera, entre los
resquicios que la carcoma ha dejado. Pero después viene el canto desolado, misterioso, como
el Lynch de “Carretera Perdida”, crea círculos emocionales indefinibles en “It Wasn’t Me” y
vuelve la incomodidad, el desasosiego. La suciedad de “Johnnie” es un canto a la crudeza que
adorarían Gallon Drunk, mientras que la final, y que de paso da título al disco, “Wild Fishing”
parece un homenaje psicodélico a Robert Johnson para cerrar un disco que ha contado con
la colaboración especial de Javier Marcos a la batería y Carlos Soler Otte a los mandos.

Todos los que oigan sus composiciones sabrán que esa manera de obtener belleza de lo oscuro,
de emanar semejante carga hipnótica desde una desnudez casi absoluta, de transmitir sensaciones
tan turbulentas, es porque quien lo protagoniza conoce lo instintivo y animal de la naturaleza
humana, y sabe extraer ese morboso y hermoso atractivo de lo más oscuro del ser humano.

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