Mucho se ha dicho de Las Buenas Noches, pero casi todo con poco fundamento, puesto que el grupo aún no existía. Tras haber experimentado en carnes propias su música y haber convivido con sus integrantes un fin de semana entero en un habitáculo estanco de 2 x 2 metros, he aquí por fin una crónica fiel de quiénes son, qué hacen y a dónde se creen que van estas cinco…
eh… personas.
Rondando los treinta y tantos, en el umbral mismo de su decadencia física y mental, un buen día los integrantes de Las Buenas Noches (que bien podría haberse llamado por esto mismo La
Última Oportunidad) se reunieron para quemar sus últimos cartuchos en esto de la música antes de lanzarse por la pendiente en declive de la vida adulta.
Provistos de una serie de instrumentos folclóricos adquiridos en diversos y lejanos países, y con un uso de ellos más bien heterodoxo, autodidacto y que, por qué no decirlo, en ocasiones podría
parecer herético, irrisorio o sencillamente abominable para alguien de su cultura de origen, logran hacer una amalgama sonora a medio camino entre el pop de raíces folclóricas americanas
(del norte y del sur), la música popular española (con especial devoción por Chicho Sánchez Ferlosio), cierta poética oscura, enigmática y viajera, y secuencias interminables de dos acordes que recuerdan vivamente el zumbido persistente aunque a veces imperceptible que emiten algunos ascensores, y que también es frecuente en las consultas de los dentistas.
Las Buenas Noches está compuesto por Rubén Alonso, arquitecto de profesión y cerebro del grupo, Daniel Cuberta, vídeoartista, Dani Matas, informático, Miguel Brieva, dibujante, y Camilo Bosso, contrabajista, único miembro del grupo que es músico (y eso se nota).
Debido en gran medida a su avanzada edad y a ciertas inercias heredadas de sus respectivas profesiones, éste es un grupo particularmente organizado y meticuloso que, anticipándose al azaroso devenir de una banda de rock, ya ha decidido por asamblea y ante notario asuntos tales como qué miembros van a liarse con las novias de qué otros, cuáles de ellos desarrollarán
adicciones a sustancias tóxicas y deambularán por la ciudad durante días totalmente pasados dándole la brasa a la gente, o incluso el día exacto de su disolución.
En resumen, que aunque con una música y unas letras en castellano de gusto opinable, y una puesta en escena propia de un escaparate lleno de maniquís caídos, este grupo de muchachos sólo pretende pasar el rato, no le hace daño a nadie y, aunque
sea sin proponérselo, apuntalan el resurgir de una música popular en nuestro idioma, emparentada con otras muchas músicas y referencias foráneas, y al margen del
mercadeo musical propio del tardo-capitalismo tumoral de nuestros días.

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